Personajes que con gorra al revés y pantalones cuatro tallas más grandes, bailaban y bailaban. Otros se perdían en una isla a tomar por culo y se peleaban por encender fuego y por unos caracoles crudos. A otros les metían en
un pedazo de casa a tocarse los cojones y a practicar felaciones debajo de edredones de diseño. Todos los teleadictos disfrutaban viendo peleas, chillidos, piruetas y penurias, en un escaparate visual patético.
Pero llamaba la atención un programa sobre música donde los cantantes pasaban unos castings, antes denominados selecciones. Se presentó a uno de ellos un joven bello, sonrisa blanca, cuerpo atlético, nivel cultural bajo producto de la LOGSE, pero que cantaba mal. Cantaba tan mal que entró en el programa.
El primer día cantó, lo hizo de manera tan horrenda, que un señor con gafas oscuras enormes miembro del jurado, le insultó y humilló mientras el joven asentía con su blanca sonrisa y el público se descojonaba de él.
La directora del programa, para consolarlo, dijo:
-Chico, eres excelentemente excedido en belleza. El color del rubí brilla
en ti, pero cantas como el culo.
¿Pero para qué tengo yo,-- dijo el joven, --esta belleza muda mientras que
soy fatal en el canto?
--La función de cada uno,-- contestó la directora, --ha sido adjudicada por
el destino.
Sé consciente de
tus capacidades para saber emplearlas con plena satisfacción o ¿para qué te
metes Manolete si no sabes torear?
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