Un hombre ya entrado
en años, pero no lo suficiente mayor como para dejar de jugar al paddle, tenía
dos supuestas pretendientes, una joven y la otra mucho más vieja que él.
La verdad es que no
era muy agraciado, de hecho era feo de narices. Solía salir sólo por el día, ya
que por la noche la proyección de
su sombra duplicaba el efecto desagradable en los demás.
su sombra duplicaba el efecto desagradable en los demás.
Pero tenía una
cualidad que le hacía irresistible para el sexo femenino y masculino, todo hay
que decirlo…, tenía un miembro viril verdaderamente viril.
Andaba abierto de
piernas, ya que solía tropezar a menudo con su problema.
Cansada la más madura
de las largas sesiones de sexo desenfrenado, y no pudiendo seguir el ritmo que la
descomunal máquina de bombeo imprimía, decidió ponerle en las comidas bromuro, demostrando
los efectos que dicho compuesto producía en los cuarteles y seminarios.
A su vez, la más
joven, ávida de sexo y no queriendo tener por amante a un hombre castigado por
la edad, le suministró a escondidas pastillas de Viagra. Tortitas de Viagra, Viagra
en batidos, Viagra en su tinta, Viagra al pil pil…
Por la noche, se
ponía como una moto y por el día, el miembro viril dejaba de serlo, pasando a
ser miembro de la comunidad del arco iris.
Con tanto bromuro y
tanta pastilla azul, sucedió que el hombre medicado alternativamente por una y
por otra, se quedó completamente impotente, y hoy en día viaja alrededor del
mundo con un circo ambulante de los denominados Freaks Shows, compartiendo
cartel con “el niño pez”, “el terrible hombre lobo”, “el pollo cabra” y “la
mujer de cuatro tetas”, bajo el seudónimo del “Hombre Boa”.
Lo que mal se administra, mal acaba.
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