En un apartamento no
muy grande, vivía un minero al que la reconversión industrial le había dejado
en paro.
Aprisionado en casa,
las paredes le comprimían como en la secuencia de las paredes que comprimían en
la Guerra de las Galaxias. Pero como Han Solo y sus colegas, él no tenía un
R2D2 que le salvase. Empezó a agobiarse tanto que dejó de salir de casa. No se
lavaba, aunque la higiene nunca había sido una de sus pasiones. Pero dejó de
mojarse la cara y los sobacos como hacía algunas mañanas.
Tenía en casa varios
animales, un hámster,
un physignatus concincinus o dragón de agua, un pez negro
con ojos saltones en una diminuta pecera y dos perros. El lagarto o dragón de
agua, se pasaba la vida subido a una rama intentando escapar y dándose de
bruces contra el terrario de cristal. El pez negro daba vueltas y vueltas
vomitando ocasionalmente ya que nadie le había dicho nunca que debería cambiar
el sentido de la marcha alguna vez para no marearse.
Los perros no hacían
más que ver en un pequeño televisor la Dama y el Vagabundo una y otra vez. El
hámster, corría en un rulo conectado a un generador que daba energía a toda la
casa. A éste le tenía especial cariño, ya que le hacía ahorrar un pastón en
electricidad.
No pudiendo salir a buscar comida, empezó por devorar al lagarto; luego, como
el hambre seguía, comió también al pez; y, en fin, como ya era vicio, acabó con
el propio hámster. Viendo entonces los perros lo que pasaba y hablándose entre
ellos, pues habían aprendido a hablar gracias a Walt Disney dijeron:
-Larguémonos de aquí, pues si el amo no ha tenido reparo en comerse al hámster que trabajaba para él ¿cómo nos va
a perdonar a nosotros?
Cuídate de aquellos que no temen en comerse a sus
mejores colaboradores.
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