Había un chulo con su traje de chulo, sus botas de
chulo y sus andares de chulo.
La verdad que todo en él era chulo. Paseaba su
chulería por la playa como si le fuera la vida en ello.
La chupa de chulo le quedaba chula. Chuleaba a
todas horas. Con cierta chufla, se choteaba de todo el mundo.
Sólo tenía un defecto, chinchaba demasiado a la chusma.
La chusma chusmeaba cuando le veía
acercarse. Pero ya era tarde, ya que solía camuflarse con su ropa chula y sorprendía a los viandantes para darles la chapa.
acercarse. Pero ya era tarde, ya que solía camuflarse con su ropa chula y sorprendía a los viandantes para darles la chapa.
Hablaba y hablaba de sí mismo hasta la extenuación. Y
a la chusma no le quedaba más remedio que chincharse.
Su novia, que también era chunga pero un poco más
chachi, estaba harta de oir hablar a la chusma de su novio chusco.
Decidió cansada de chismorreos, chismes y
chascarrillos, poner solución a esta desagradable charranada.
Convenciéndole de lo chulo que le quedarían unas
chancletas, le regaló unas con unas campanillas para advertir a la chusma de su
presencia cercana. Y el chulo, sonando las chancletas con campanillas, se fue a
la plaza pública a presumir y seguir con su charlotada. Mas una chunga de la
chusma, ya avanzada en años le dijo:
-- ¿De qué presumes tanto, chungo? Sé que no llevas
esas chanclas con campanillas por tus grandes virtudes, sino para anunciar tu chaladura
oculta.
Los halagos que
se hacen a sí mismos los fanfarrones, sólo delatan sus mayores defectos.
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