Hacia
mucho frio. Me levanté con un ligero dolor en el pecho, pero lo achaqué a una
mala postura al dormir. Desayuné lo de siempre, un Red Bull y un bollo. Todo
muy natural y sano. Lo siguiente fue un cigarro.
Puse
la televisión, eran las nueve y todavía quedaba una hora para la cita en el
campo. Otro cigarro para acompañar la espera. Empecé a vestirme. Tengo cuarenta
y seis años pero todavía disfruto poniéndome la ropa del futbol. Las medias,
las espinilleras, las botas...Ese gusanillo que te recorre el cuerpo antes de
jugar no me ha abandonado desde los ocho años.
Pero
eso se acabó.
Cogí
la bolsa de deporte, los balones y las botellas de agua. Mi mujer y mis hijos
se quedaron en casa. Una vez leí que nunca te acuestes ni te levantes por muy
tarde o temprano que sea, sin dar un beso a tus seres queridos. Yo ese día les
besé.
Bajé
al garaje. Antes de arrancar el coche, otro cigarro. Llegué al campo. Estuve
hablando con amigos de otros equipos que estaban jugando. Nos reímos. Eran las
diez y media. Último cigarro y al vestuario a cambiarme.
Hoy
no voy a dar nombres de mis compañeros, para mi todos son importantes. El
entrenador me dio la buena noticia, la mejor hasta ahora, "sales al
principio". Alegría, cachondeo de los demás, frases como “hemos tirado el
partido”, “menudo paquete”...típicos comentarios alentados por nuestro gran
portero, una bellísima persona que incluso hace años tuvo que ser buen
portero...actualmente sigue siendo sólo una bellísima persona.
Realicé
el calentamiento, no noté nada raro. El problema estaba.
Comenzó
el partido, otra vez el gusanillo actuó. Te sientes bien jugando, disfrutando
de ese momento, los compañeros, la tensión, el frio, la adrenalina, la amistad.
Me
sentía a gusto. Mi compañero número 10 estaba obsesionado en que persiguiera al
16, él es demasiado bueno para esos menesteres, claro.
Yo
seguía corriendo sin problemas, pero el problema seguía estando.
Nuestros
centrales subían a rematar los córneres ilusionados, creo que no han marcado
uno desde que se inventó el fuera de juego.
Terminó
la primera parte. El resultado es lo mismo. Vamos…que perdíamos.
El
portero que había jugado al principio y yo nos reíamos en el banquillo, cosa
típica en la Juve. Este portero suele ser reserva como los vinos, por su madurez
en barrica y su calidad sobresaliente. Y ahí empezó todo.
El
pecho empezó a doler. Tenia la sensación de que me estaban presionando con un
instrumento de tortura. No podía respirar. El cuello me estallaba. Empecé a
marearme y caí sujeto por el entrenador. Oscuridad.
Caras.
Aquellos ángeles a mi lado dándome los primeros auxilios. Oscuridad. Los
capitanes y los compañeros alrededor. Caras de médicos de amarillo. Voces. Tensión.
Oscuridad. Color amarillo.
Ambulancia.
“Se nos va…se nos va”. Dolor. Oscuridad. Voces. Vacío temporal. Otros ángeles
con bata blanca y verde. Frio. Caras. Luces y frio.
“Javier”,
“Javier”. Despierto. Abro los ojos.
Todo
ha pasado, estoy vivo. Por fin veo a mi mujer. Alegría y lágrimas. Voy viendo a
mis hijos, familiares, amigos, compañeros de trabajo...Ya no está oscuro. Todo
es blanco. Color blanco que tendré que ir pintando a brochazos de vida poco a
poco, día a día. Mensajes, llamadas, visitas al hospital. Cuidados, regalos,
homenajes, compañía, cariño. La palabra que más he dicho estos últimos días es “gracias”.
Ahora
empiezo una nueva etapa, desconocida, alterada, pero a su vez ilusionante y con
grandes retos. Tranquilidad, calma, poder sentir las verdaderas cosas
importantes. La familia, la amistad, las relaciones.
Fuera
el tabaco. No he mencionado las células madre, pero eso es otra historia.
El
futbol se terminó. Al partido que estaba jugando le falta disputar la segunda
parte. A mi la vida también me ha regalado una segunda parte y voy a jugarla
con todas mis fuerzas.
Carpe
Diem