jueves, 19 de julio de 2012

Saber


Necesito saber que se sabe lo que sé. No logro saber lo que sé. Pero sé lo que ella sabe  y es posible que no sepa más.

La sala de proyección estaba casi vacía. A mí las películas de miedo no me gustan pero aquella noche tenía necesidad de ir al cine. Me había quedado solo, ella me dejó. Cuando bajé por la calle, amenazaba lluvia. Me dirigí al cine de la esquina. Todavía subsistía aquel antro, yo creo que es una tapadera de otro negocio más oscuro aún. Y allí acabé, viendo una película que no quería ver.

Sé lo que creo saber y acabaré sabiendo lo que ella sabe.

Estaba sentado en una butaca vieja de cuero rojo. Hacía calor y el culo se me pegaba. Éramos tres personas. La silueta del dueño en la cabina se dibujaba con la lámpara del proyector. Era multiusos  y hacía labores de taquillero, acomodador, proyeccionista y de hombre de la limpieza. Con tantas funciones alguna se tenía que resentir, y la limpieza era la sacrificada. Un vagabundo dormía en una de las filas de atrás. Todas las noches pernoctaba allí. Olía a calle y el dueño siempre le ponía en las filas traseras por si venía algún otro cliente.

Necesito saber. Necesito saber. Necesito saber…

Para ser policía no soy muy valiente que se diga. Estas películas en las que aparecen niños y encima se suben por los techos a cuatro patas, me ponen de los nervios. Yo quería disfrutar de una película, necesitaba ver el parpadeo de las imágenes, sentir las sensaciones que un cine de barrio te ofrece. Pero aquellos niños cabrones me estaban jodiendo la noche. Me levanté. El calor me mataba. Quería algo de beber. Toqué en la cristalera de la cabina para captar la atención del dueño. También servía las bebidas. Pagué el refresco y decidí salir del cine, no soportaba más la sensación de miedo.

Acabaré sabiendo lo que no quiero saber, lo sé.

Al salir ya llovía. Me gustó la sensación de las gotas sobre mi cuerpo. Miré hacia el cielo como si estuviera en una ducha improvisada. Agradecí el agua refrescante. Apuré el refresco produciendo el clásico sonido de burbujeo. Lo tiré en una papelera y me apresuré a llegar a casa. Todavía me acordaba de la película y me producía escalofríos. El agua bajaba arrastrando papeles, como en aquella película de Berlanga en el que las banderas desaparecían por una alcantarilla. Seguí bajando la calle.

Es posible que al saber lo que sé, ella ya no quiera saber más.

Escuché pasos detrás de mí. Me giré instintivamente pero los pasos cesaron. Caminé más deprisa. Seguro que todo era producto de la película. Llovía con más fuerza, la sensación ya no era agradable. La calle no estaba muy bien iluminada. Otra vez escuché los pasos, pero esta vez no volví la vista. Aceleré. Los pasos aceleraron. Giré la esquina y eché a correr calle abajo. Las pisadas también aceleraron. Llegué al portal, estaba abierto. Subí las escaleras de tres en tres. Oía voces que me llamaban pero no las escuchaba.

Ya sé por qué ella me dejó, supe todo lo que tenía que saber.

Saqué las llaves, logré abrir con un movimiento rápido. Sentí la presencia de alguien jadeando detrás de mí. Di un salto y alcancé mi pistola que estaba en el recibidor. Un fogonazo alumbró toda la estancia. Un zumbido sordo aturdía mis oídos. Cuando pude restablecer la vista, adiviné en el suelo la figura de un hombre en un charco de sangre. El olor me era familiar. Me agaché hacia él. Con un pequeño resuello de vida y levantando un objeto con su mano derecha, el hombre pudo decir: 

- Aquí tiene… su cartera…se le cayó en el cine.

El vagabundo yacía muerto con un disparo en el cuello.


A veces las apariencias engañan.


martes, 10 de julio de 2012

Líneas paralelas


La historia de las personas es como un gran papel en el que la vida va trazando líneas con su implacable escuadra y su recto cartabón.
Empezó trazando líneas paralelas, múltiples líneas paralelas. Cada una de esas líneas representaba la existencia de una persona.
Millones de líneas se dibujaban alrededor del planeta. Cada una